Podemos decir que el colecho (dormir en el mismo lecho padres e hijos) es algo normal y natural, parte de nuestra herencia genética. ¿Qué hubiese pasado si en la prehistoria los bebés fuesen apartados para dormir lejos de sus madres, solos? Posiblemente hubiesen sido pasto de los depredadores, o bien podrían haber fallecido sencillamente, de hipotermia. Pero este escrito no va a abundar en temas de esta índole, que todos conocemos o hemos oído ya alguna vez.
Muchas veces hemos oído hablar de la importancia del contacto físico en la infancia: llevar a nuestro bebé en brazos, el masaje infantil, tocarles, abrazarles, acariciarles… Hay otro momento en el que el contacto físico cobra gran importancia, y que en muchas ocasiones no es tenido en cuenta.
¿Qué es lo que hace importante el contacto con nuestros hijos e hijas durante el sueño? Pudiera parecer en un principio que el sueño no es más que un momento de descanso, donde desconectar de todo y abandonarse hasta la mañana siguiente.
Sin embargo el dormir junto a nuestros hijos nos ofrece un amplio abanico de beneficios tanto físicos como emocionales, y tanto a los padres como a los bebés y niños. El hacer del descanso nocturno una experiencia familiar indudablemente nos acerca como individuos, nos ayuda a reconocer las necesidades de nuestros pequeños más prontamente y con más eficacia. Y para ellos, el saber y sentir que sus padres, sus personas de referencia, se encuentran allí cercanos y accesibles, es un factor que contribuye a su propia seguridad, estableciendo la confianza de que sus necesidades se verán satisfechas cuando sea preciso. El sentirse contenido, acompañado, acariciado, sentir el calor y el olor del cuerpo de los padres, el ritmo de su respiración… son sensaciones familiares y cercanas para el niño, que gracias a ellas puede continuar con su descanso de manera segura y confiada.
Es necesario tener en cuenta que dado que el sueño es un proceso evolutivo, y los despertares nocturnos habituales y naturales, no vamos a esperar que nuestro pequeño se despierte menos… pero sí que lo haga de manera más tranquila, vuelva a dormirse antes, y con menos angustia que si se despertara y se encontrara a oscuras, solo y en silencio. Los sonidos y olores corporales del padre y de la madre, su calor, son su mundo, su referencia, su lugar seguro. Por eso entre un ciclo de sueño y otro, el sentir esa cercanía le ayuda a conciliar el sueño de nuevo en la confianza de que ellos están ahí, siguen ahí.
Los padres que duermen con sus hijos encuentran esta experiencia gratificante desde muchos puntos de vista. El calor del cuerpo de la madre, el olor de su cuerpo, de su leche mientras se está en período de lactancia, el sentir su cercanía, es esencial para el buen descanso del niño. Para los padres, la comodidad de poder atender sus despertares sin salir del dormitorio familiar, y tener la seguridad de que van a despertar enseguida ante sus demandas, produce una sensación de tranquilidad a tener muy en cuenta.
Estando en otra habitación, la madre o el padre deberían primero escuchar al bebé que se despierta, con lo que en muchas ocasiones cuando eso ocurre, el pequeño está totalmente despejado y angustiado por la falta de la persona de referencia. Ir a la otra habitación, sacar al niño de su cuna, ponerlo al pecho o mecerle hasta que vuelve a dormirse, volver a colocarle con cuidado en su camita, y rogar que no vuelva a despertarse… cosa que con frecuencia vuelve a ocurrir momentos después, ya que ese niño no tiene la seguridad de que va a ser atendido con prontitud, y no desea quedarse solo. Estas rutinas, repetidas durante muchas noches, son las que en ocasiones convencen a los padres de que sus hijos tienen algo así como problemas de sueño.
Por el lado contrario, encontramos el colecho. Cuando el bebé o el niño se despierta, tiene a su madre o padre cerca. Puede ser atendido, tranquilizado y amamantado sin tener que moverse de la cama, sin cambiar de lugar, la mayoría de las veces con tal inmediatez que ni unos ni otros llegan a despertarse completamente. Muchas madres no saben cuántas veces se despierta su hijo por la noche, por esta misma razón. No ha de despejarse para oírle o notarle inquieto, no ha de levantarse de la cama para amamantarle, por ejemplo. Y a la hora del descanso familiar esto es muy importante, la calidad y cantidad de sueño de ambos padres y del niño se ve mejorada sensiblemente. Los ritmos respiratorios se acompañan, e incluso se ha investigado acerca si de los mismo micro despertares que se producen debido al contacto con los padres durante el sueño inciden en un menor índice de muerte súbita del lactante.
También en el caso de madres y padres que trabajan fuera de casa, el contacto con sus hijos durante el descanso nocturno es recuperar ese tiempo perdido, esas caricias que las ocupaciones laborales nos arrebatan en ocasiones. La lactancia se ve favorecida, aprovechando los picos de prolactina que se producen durante la noche, y que son aprovechados por el niño para ajustar la producción materna. Y esa “barra libre” se aprovecha hasta el máximo, estando la leche nocturna más cargada de tripófano, que ayuda precisamente a conciliar el sueño.
En otro orden de cosas, el sentir el calor del cuerpecito de nuestros hijos, el olor de su pelo, su sonrisa al despertar… todas esas sensaciones son un regalo para los padres, que día tras día sienten cómo se va estrechando el vínculo que los une a sus pequeños.
El colecho ha de practicarse siguiendo unas medidas básicas de seguridad, pero una vez solventados esos pequeños momentos de organización del sueño familiar… ¿qué mejor regalo puede haber que sentirse cerca unos de otros, sentirse seguros y acompañados? Los juegos matutinos, la sonrisa de nuestros hijos cuando abren los ojos, la sensación de aprovechar el tiempo al máximo con ellos, de bebernos todos los instantes que pasamos juntos, ¿no es un verdadero regalo?
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